El primer servicio sanitario de campaña fue el de la Reina
Isabel I a finales del siglo XV en los albores de la Edad Moderna
castellana, adelantándose –como en otras cuestiones del sistema
hospitalario1- un siglo a las naciones del entorno cultural. En la
primavera de 1476- Campaña de Toro contra la Beltraneja- la reina
formó a sus expensas seis espaciosas tiendas para hospital de
campaña, dotado de camas y ropas, médico, asistente, boticario y
cirujano.
Desde este momento los soldados de los Reyes Católicos
contaron siempre con el denominado “Hospital de la Reina, los
profesionales sanitarios que atendían eran médicos, cirujanos y
boticarios de la propia Cámara de los reyes y las damas y mujeres
de caballeros y sargentos de la mesnada real, cuidaban a los
enfermos y heridos, preparando pócimas, vendas y remedios bajo
la supervisión del físico de llagas y del boticario real.
Lo que ocurrió en el Siglo XVI fue la articulación de un modelo bien definido al servicio de ese ejército profesional que representaba los tercios.
En cada Tercio había un servicio sanitario que estaba formado por un médico y un cirujano diplomado. Podemos decir que en el Siglo XVI, aproximadamente, para cada 1.500 soldados correspondía un médico. Este servicio se ocupaba tanto para atender a los hombres que luchaban como a las mujeres, hijos, criados... No es de extrañar que un Tercio se multiplicara por dos por el acompañamiento que tenían los soldados y oficiales.
El mantenimiento del servicio sanitario se hacía con una contribución fija que tenía el nombre de "el real de Limosna", donde cada soldado pagaba en proporción a su rango. El pago lo hacían recibiendo en la paga una resta de la cantidad depende del rango. El capitán dejaba de recibir 10 reales, el alférez 5, el sargento 3 y los soldados un real. Aunque pareciese que las atenciones sanitarias fueran gratuitas, esas restas en el salario actuaba como contrapartida. Lo que hoy llamamos "Seguridad Social", los tercios iban muy por delante de los usos de la época, y en algunos aspectos no fue igualada hasta el Siglo XX.
Todo jefe militar debía cuidar lo mejor posible a sus hombres. Por ello, los capitanes debían vigilar que los barberos supieran mantener los cabellos y barbas a su longitud adecuada, sangrar a los enfermos y vendar sus heridas hasta que pudiese operar el cirujano principal. Los barberos tenían la misión de ocuparse de los primeros cuidados de los heridos para darles esperanzas de seguid viviendo. Los casos graves pasaban directamente al hospital a través de varios canales, como tierra o mar. Aunque a veces era imposible el traslado, a pesar del interés de los oficiales. Las posibilidades de evacuar heridos eran limitadas y dependían. en primer lugar, de que los tercios ganasen el enfrentamiento y, en segundo lugar, de las existencias de carros ambulancia, que no eran muchos.
Los médicos tenían que luchar contra heridas producidas por arcabuces, heridas blancas o contundentes y enfermedades. Las heridas de bala eran las que más provocaban la muerte y se calcula que por cada cinco heridos de bala uno lo era por arma blanca, por lo tanto podemos comprobar la importancia de las armas de fuego en las batallas de la época. Hemos hablado de las enfermedades también, donde se culpaba al aire de transportarlas. Los médicos disponían de los boticarios, encargados de preparar los medicamentos con la ayuda de varios ayudantes, y anotaciones en diarios donde aparecían los nombres de medicamentos como arrayan, oximal o azeites de maricamilla aunque se desconoce se tenían eficacia o no.
En el escalón del tercio solo existía un embrión de hospital. Sin embargo, para el ejército completo, la organización sanitaria estaba formada por varios hospitales repartidos entre el teatro de operaciones militares y los itinerarios logísticos. A finales del Siglo XVI, se instaló en Malinas un hospital general como cúpula de conjunto, que disponía de 300 camas y que fue creado por Alejandro Farnesio.
El administrador de los hospitales generales era el encargado de la contratación de todo el personal, salvo en el caso de los médicos, cuya designación corría a cargo del rey.
Cuando los heridos llegaban al hospital tenían una vida más cómoda. Dormían en mejores camas y comían y bebían alimentos y bebidas variadas de más calidad que a lo que estaban acostumbrados. Allí trabajan varias personas; el despensero que custodiaba los alimentos, mientras que el guardarropa conservaba las del propio hospital y las de los enfermos ingresados. Había asimismo un botillero y un dietero que cuidaban los alimentos sólidos y líquidos, mientras que el tinelero era el responsable de los útiles empleados en la distribución de la comida, preparada por un cocinero, con los auxiliares precisos. Un cometido importante era el del escribano que registraba los ingresos y también otorgaba los testamentos. A veces, existía un alguacil, responsable del mantenimiento del orden interno e, incluso, un sepultero. De la atención espiritual se encargaban los sacristanes y capellanes.
Los hospitales daban importancia a la limpieza de heridas y cuerpos, ya que en beneficio de la higiene, a los enfermos se les levaban con jabón en grandes tinas. También recibían importancia las marmitas de cobre destinadas para hervir el agua de los pacientes. Los médicos militares recomendaban instalar los campamentos donde hubiese agua corriente y bosques para evitar las inmudicias y excrementos que pueden inficionar el campo.
Aunque no se esperaban muchos milagros cuando las heridas eran de extrema gravedad, tal vez nos deberíamos de preguntar ¿cómo pudieron sobrevivir hombres como Blas de Lezo o Julian Romero, a los cuales se les amputaron brazo y pierna y se quedaron tuertos de un ojo? ¿Qué entraba en juego? ¿Eficacia de la medicina? ¿Suerte? ¿Robustez?
Fuentes:
La sanidad militar en la Edad Moderna. Mª. Soledad Campos.
Tercios de España: La infantería legendario. Fernando Martínez Laínez y José María Sánchez de Toca.
Desperta Ferro, Los Tercios en el Siglo XVI.
LOS TERCIOS. René Quatrefages.
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