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lunes, 15 de agosto de 2016

El día que el Gran Duque de Alba acabó con el Tercio Viejo de Cerdeña

En el verano de 1568, en plena Guerra de los 80 años, cuando el Tercio Viejo de Cerdeña (uno de las más antiguos de la infantería española, pues databa de 1536) fue disuelto después de que sus soldados quemaran varios pueblos de Heiligerlee (al norte de los Países Bajos) en venganza por su resistencia al paso de las tropas hispanas. Aquel día, toda la ira del Duque de Alba cayó sobre los militares de esta unidad, los cuales quedaron marcados para siempre; casi malditos en un ejército en el que la disciplina era una de sus principales normas.

Se inició la «Guerra de los 80 años» con el envío a Heiligerlee de un contingente de 10.500 soldados al mando de su general más sanguinario: Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, más conocido como el Gran Duque de Alba. En ese se incluyó el Tercio viejo de Cerdeña.


Los soldados del Tercio Viejo de cerdeña fueron unos de los primeros con bandera imperial en luchar contra los protestantes al norte de los Países Bajos. Por entonces, esa era una de las zonas más comprometidas para combatir, pues los protestantes habían establecido allí un ejército de 6.000 infantes. Para contrarrestar su defensa, el Duque de Alba despachó al lugar una decena de compañías del Tercio viejo de Cerdeña al mando del Maestre de Campo Gonzalo de Bracamonte (unos 2.000 hombres), las cuales se unieron a varias banderas alemanas fieles a Carlos I a las órdenes del conde de Arembergh.

El contingente español se encontró repentinamente con una parte del ejército protestante a la altura de la ciudad de Heiligerlee. En las cercanías del monasterio de Heiligerlee, en los Países Bajos, se encuentran agazapados los soldados rebeldes de Luis y Adolfo de Nassau y se habían hecho fuertes, por lo que atacarles frontalmente se convertía en una locura.


El líder del Tercio español, Gonzalo de Bracamonte, comenzó a criticar la tardanza del conde de Arembergh en presentar batalla. El conde sabía lo inapropiado de un ataque, pues conocía el terreno y lo desventajosa de su posición, ya que la zona que debían atravesar sus hombres en el ataque presentaba multitud de zanjas.

Entonces, el conde ordenó formar a las tropas para el ataque.. Al parecer, ese fue demasiado tiempo para unos 600 arcabuceros del Tercio de Cerdeña, los cuales vieron la victoria tan fácil que, sin esperar a que sus aliados formaran, iniciaron la carga contra las posiciones enemigas con arcabuz, pica y espada.

Fue, en definitiva, una masacre y una carnicería. Al llegar a las zanjas, los españoles quedaron atascados y los holandeses les barrieron del campo. Viendo como caían sus compañeros y los centenares de cadáveres que cubrían el campo de batalla, los de Arembergh se rindieron a los protestantes. Por su parte, los supervivientes del Tercio de Cerdeña (unos 1.000 soldados) giraron sobre sus pies y pusieron botas en polvorosa. Así, huyeron durante varias jornadas con el enemigo detrás.


Tras varias noches, el cansancio hizo que los soldados decidieran pedir cobijo en los pueblos cercanos. Craso error, pues los campesinos no les recibieron de la forma más amable, ya que los campesinos los entregaron a los rebeldes o los asesinaron directamente.

Aquella masacre quedó olvidada por el ejército imperial, pero fue un gesto imborrable para el honor de los soldados del Tercio.

Tras la victoria, Luis de Nassau, al mando de los rebeldes, intentó completar la campaña ocupando Groninga, que era el objetivo de la campaña, pero las fuerzas imperiales, al mando del Duque de Alba, lograron frenar el avance y conservar Groninga, a base de varias escaramuzas, mientras esperaba los refuerzos del resto de Tercios.

Una vez llegaron éstos, el Duque de alba inició la contraofensiva y destrozó completamente al ejército holandés en la batalla de Jemmingen. Los holandeses perdieron 7.000 hombres entre muertos y heridos y los imperiales alrededor de 300 bajas solamente. Aquí, los de Cerdeña se tomaron la justicia por su mano y repararon su honra a base de venganza y sangre. Los enfurecidos soldados incendiaron los pueblos donde habían asesinado a sus camaradas, sin que ningún capitán moviera un dedo para reprimirlo.

Esta masacre acabó con la paciencia del Duque de Alba que, ya molesto por la huida de la unidad en la batalla de Heiligerlee, tomó la determinación de acabar con el Tercio de Cerdeña. Para ello, primero llamó a su presencia al Maestre de Campo y a todos sus Capitanes y los degradó con carácter inmediato. A su vez, y con ira, dejó patente que actuaría con todo el peso del mando sobre ellos en el caso de que le provocaran de nuevo.


Pero lo peor aún estaba por llegar. Dos días después, Alba hizo disolver el Tercio frente a todo el ejército. Los alféreces rasgaron las banderas y rompieron las astas, los capitanes quemaron sus bandas y los sargentos sus partesanas, mientras muchos de los soldados lloraban de vergüenza al contemplar la ceremonia que ponía fin a una unidad distinguida en mil combates. Aquel día, el Tercio viejo de Cerdeña fue aniquilado y su historia quedó maldita para siempre.

Fuentes:

Tercios de España: La infantería legendaria. Fernando Martínez Laínez y José María Sánchez de Toca.

http://www.abc.es/historia-militar/20140331/abci-disolucion-tercio-cerdena-201403281312.html

http://lapausadelcafe.es/home/la-ultima-batalla-del-tercio-viejo-de-cerdena.html









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