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lunes, 15 de agosto de 2016

El socorro de Génova por el II marqués de Santa Cruz



El dux de la república de Génova sale a las puertas de la ciudad para recibir a don Álvaro de Bazán, que ha llegado al mando de una flota para proteger el lugar del asedio al que estaba siendo sometido por las tropas francesas al mando del condestable Lesdiguières (o Aldiguera, como se le conocía en España) y de Carlos Manuel de Saboya. En segundo término, la población alborozada saluda la llegada de las naves. El suceso fue un episodio central de la pugna que mantuvieron España y Francia por el control de Liguria (Italia), y permitió contrarrestar los avances que habían hecho franceses y saboyanos en la zona. Fue también una de las varias victorias españolas importantes que se produjeron en distintos frentes durante 1625, que contribuyeron a asegurar por unos años la hegemonía territorial y que se conmemoraron en varios cuadros del Salón de Reinos del palacio del Buen Retiro de Madrid, el lugar para donde fue pintado éste. A través de esta obra no sólo se celebra una victoria destacada, sino que se honraba al segundo marqués de Santa Cruz (1571-1644), que desempeñó un papel notable durante los reinado de Felipe III y Felipe IV, y una de cuyas hazañas, la toma de la isla de Longo, en 1604, fue objeto de una comedia de Lope de Vega. En la época en la que Pereda realizó su cuadro, Bazán formaba parte del Consejo de Estado, y el 14 de mayo de 1634 (dos meses antes del primer pago que recibió el pintor) partió de Madrid "a poner orden en las galeras como teniente general de la mar", según el diario de Gascón de Torquemada. Era un figura pública y bien conocida de la corte, y probablemente Pereda pudo hacer un retrato del natural o recurrir a una efigie contemporánea, pues sus rasgos parecen más adecuados a los sesenta y tres años que tenía en 1634 que a los cincuenta y cuatro de 1625. Como señaló verbalmente Florit, el pintor lo visitó con una armadura de la Real Armería con la que se había retratado Felipe II y en la que ocupa un lugar señalado la cruz de San Andrés. Aunque Lázaro Díaz del Valle sugirió que los rostros de algunos de sus acompañantes eran retratos, lo cierto es que sus actitudes extraordinariamente enfáticas los acercan al mundo de la codificación teatral y los alejan de las convenciones del género del retrato, especialmente los tres que aparecen en segundo término. La riqueza y variedad de colorido y texturas, la gran unidad narrativa y compositiva y la búsqueda de unos códigos gestuales de gran expresividad, lo convierten en uno de los cuadros de batallas del Salón de Reinos con un concepto pictórico más avanzado.

Texto extractado de Portús, J. en: El arte del poder. La Real Armería y el retrato de corte, Museo Nacional del Prado, 2010, p. 232.

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