Carlos I y Felipe II, padre e hijo, los dos primeros monarcas
de la Casa de Austria que tuvieron a España en la mejor época de su
historia. ¿Actuaban y vivían de la misma forma o apenas parecía
descendiente uno del otro?
Por una parte podemos encontrar algunas semejanzas:
Ambos se casaron con una infanta Portuguesa. Carlos I con
Isabel de Portugal y Felipe II con María Manuela de Portugal. Sin embargo, el
Emperador jamás volvió a casarse tras la muerte de su esposa, pero su hijo
Felipe II si tuvo más esposas: Mary Tudor, reina de Inglaterra, lo que le
convirtió en Rey Consorte de Inglaterra, Isabel de Valois, infanta francesa que
sellaría la paz con Francia y Ana de Austria, que le daría el heredero que
tanto había deseado.
Ambos reyes eran muy piadosos y terminaron su vida en un
ambiente meditativo-espiritual de reclusión, enfermos de gota: Carlos I en el
monasterio de Yuste tras su abdicación en 1556, y Felipe II en el monasterio
del Escorial que él mismo mandó construir tras haber elegido a Madrid por
capital y tras la victoria de la Batalla de San Quintín frente a los franceses.
Ambos tenían a Tiziano como pintor predilecto, aunque Felipe
II añadió a sus aficiones El Bosco.
Carlos I tuvo muchísimo que ver en la formación política de
Felipe II y eso fue bien visto y apreciado por los educadores de la Europa del
Barroco y por los contemporáneos.
Hubo unas constantes advertencias orales en ese año y medio
que Carlos I pasó en estrecha convivencia con su hijo, entre el otoño de 1541 y
la primavera de 1543. Y cuando el césar abandona España, para afrontar el reto
de un norte de Europa que se le muestra contrario, esa formación se continúa a
través de una copiosa correspondencia con su hijo, en la que las largas
postdatas autógrafas del emperador constituyen una parte verdaderamente
importante.
De ese modo Felipe II fue convirtiéndose en aquel álter ego
del emperador, hasta ese grado de madurez que se observa hacia 1548, cuando ya
han desaparecido los grandes ministros que Carlos I había dejado a su lado en
1543.
Para entonces, Felipe II contaba ya con 21 años; atrás
quedaban los años del muchacho al que su padre había dejado al frente de la
Monarquía Católica, de un modo simbólico. Baste comprobar la gran diferencia
que existe entre las Instrucciones imperiales de 1543 y las de 1551. Cuando
Felipe II regresa a España en esa fecha tiene 24 años, es un hombre con una
buena preparación política y gobernará ya, en nombre del emperador, la España
de su tiempo.
Las similitudes entre los dos monarcas se marcan en la
política exterior en dos campos muy destacados: en la defensa del catolicismo y
en el enfrentamiento con el turco. En efecto, en esas dos direcciones Felipe II
no hace sino seguir los pasos de su padre.
Y por lo que hace a la pugna con el turco, ¿cómo olvidar que
la Santa Liga firmada por Felipe II en 1570 es una réplica casi exacta a la
proyectada por Carlos I en 1538, incluso en las proporciones en las que había
de concurrir la Monarquía Católica en aquella empresa?
Es cierto que si ese objetivo de lucha contra el turco se
mantiene, en cambio sería muy distinta la forma en que ambos monarcas lo
afrontarían, uno pretendiendo el caudillaje de la Cruzada en el campo de
batalla, el otro mandando sus generales, mostrando así el cambio producido en Felipe
II cuando anda ya por los treinta.
Ambos tuvieron que luchar por el poder. Tal y como Carlos I
luchó con la revuelta de los Comuneros y luchó por el título de Emperador
frente a François I habiendo ambos pujado al título de su abuelo Maximiliano,
Felipe II tendría que lograr arrebatar la corona de Portugal con la ayuda el
ejército.
Ambos
fueron los monarcas más poderosos de su época con imperios transatlánticos y en
el caso de Felipe II se trataba de un imperio donde no se ponía el sol.
Por otra parte, podemos decir que se diferencian en:
Se dice que Felipe II era un gran amante de la naturaleza y
que en sus residencias reales mantenía animales de África en cautividad,
también que procuró tener una gran variedad de flora en sus jardines y elegir
especies que tuvieran flores todo el año. A nivel cultural era también gran
amante de la literatura y bibliófilo: protegió a Teresa de Ávila durante sus
problemas con la Inquisición y su biblioteca era la más extensa de la época con
obras hebreas, árabes como griegas y latinas. Se ha hablado mucho de la
personalidad culta del monarca opuesta a la personalidad guerrera de su padre.
Naturalmente, ello no ha de entenderse como algo en favor o
en contra de cada uno de ellos, sino como una manera distinta de enfocar el
arte de gobernar los pueblos. Carlos i sería el brillante vencedor de Mühlberg,
pero Felipe II sería, a su vez, el eficaz fundador de la capitalidad de la
monarquía, asentando de una vez por toda su capital en Madrid, sin duda, uno de
los hechos más importantes y de mayor trascendencia de todo su reinado.
Felipe II, en cambio
sólo dejó la península en tres ocasiones: la primera en 1549 para viajar a Flandes, la segunda, a
Inglaterra donde permaneció quince meses y se casó con su tía María Tudor; en
1559 regresó a España. En 1580 fue a Lisboa por la Corona de Portugal y permaneció
allí durante dos años.
Quizás la mayor diferencia que se puede observar entre ambos
monarcas es el hecho que Felipe II haya recibido una educación castellana
mientras que su padre tuvo por preceptor al Cardenal Adriano de Utrecht quien
habría más tarde de convertirse en el 218 Papa bajo el nombre de Adriano VI.
Carlos I había nacido en Gante, y vino a Castilla por primera vez para ascender
el trono. Este elemento es esencial ya que a su llegada a Castilla, el hijo de
Doña Juana de Castilla y nieto de los Reyes Católicos casi no hablaba el
castellano. Sin embargo llegó a dominar esta lengua que se convirtió en su
lengua preferida pese a haber sido educado en francés. Además el Emperador
hablaba un poco alemán e italiano. Este elemento le causaría problemas
políticos al principio de su reinado en su acceso al trono de Castilla y Aragón.
En efecto, Carlos I es el emperador y todo lo concerniente
al imperio y al pueblo alemán le afecta directamente. Felipe II, en cambio, ha
debido renunciar a la corona imperial. Será como un emperador sin corona, dado
que su gran poderío en Europa y sus amplios dominios en ultramar —doblados a
partir de 1580 con las Indias Orientales portuguesas— le dan ese relieve; pero
el mundo alemán le afecta muy tangencialmente y sus hombres y sus recursos no
franquearán jamás el curso del Rin.
Muy en relación desde luego con el talante viajero del
emperador, su afán de encontrarse en la cumbre con los grandes personajes de su
tiempo. Carlos I no duda en presentarse en Londres o en París o en Roma, para
verse con Enrique VIII, con Francisco I o con Paulo III. Es, en ese sentido, el
primer embajador de su diplomacia, y esa constante de su trepidante quehacer
diplomático le da un aire muy actual, como ningún otro monarca de su tiempo, e
incluso de toda la Edad Moderna. Es preciso llegar a nuestros mismos días para
encontrarse con algo semejante. En cambio, en penoso contraste, Felipe II solo se
entrevistará en una ocasión en Guadalupe con su sobrino don Sebastián de
Portugal, y eso ante la insistencia del rey portugués.
Fuentes:
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