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Desde su irrupción en Europa, con la conquista de Constantinopla por Mehmed II el año 1453, el poderío turco en el continente no había dejado de ir en aumento. Su punto culminante llegaría con la victoria del ejército otomano en la batalla de Mohács que supuso la destrucción del ejército húngaro. Tan sólo tres años después, en 1529, Suleimán encabezaba el mayor ejército que había pisado suelo europeo hasta ese momento. Su destino no podía ser otro que la capital imperial: Viena.
Siempre nos quedará la duda de qué habría pasado si los turcos hubieran obtenido la victoria ante Viena, considerada el corazón de Europa. Probablemente todo habría cambiado y quizás la cultura occidental, tal y como la entendemos hoy en día, jamás hubiera existido. De ahí la importancia de este triunfo, que marcaría un antes y un después en el equilibrio de poderes existentes en toda Europa, así como en el Mediterráneo. Entre los contingentes que tomaron parte en la defensa, ocupó un lugar destacado la intervención de una unidad de arcabuceros españoles.
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