Francisco Pizarro sobrevivió a casi todo. A la ingrata tierra extremeña, al duro viaje a través del Atlántico y a una lucha contra millares de guerreros incas, pero no pudo hacer nada contra la ira de sus propios compatriotas: acabó sus días apuñalado por otros españoles en su palacio en Lima.
Entre el grupo de españoles que acompañó a Pizarro a la conquista del Imperio Inca se sucedieron las traiciones, como la protagonizada por Diego de Almagro, y los intentos por alcanzar la gloria de forma individual a toda costa, como ocurrió con Sebastián de Belalcázar y su desesperada búsqueda de El Dorado. Y quien siembra vientos recoge tempestades. Cuando Pizarro pensaba que moriría de viejo rodeado de sus fieles hermanos, junto a los cuales había dado muerte al traicionero de Almagro, irrumpieron los partidarios del hijo de Almagro el 26 de junio de 1541 en el palacio del extremeño para darle «tantas lanzadas, puñaladas y estocadas que lo acabaron de matar con una de ellas en la garganta», según la descripción de un cronista.
La captura y posterior muerte de Atahualca no trajo tras de sí la caída del Imperio Inca. La guerra se alargó varias décadas, precisamente, por los conflictos internos entre los conquistadores. Las rencillas internas ente los partidarios de Almagro y los de Pizarro, que luchaban por delimitar los territorios que pertenecían a cada uno de los bandos, como si fueran ellos los propietarios y no la Corona, estallaron en conflicto armado en 1535. Tras un choque entre facciones, conocido como la batalla de Las Salinas, Pizarro cogió prisionero a Almagro y lo condenó a muerte. El conquistador suplicó por su vida, a lo cual respondió uno de los hermanos de Pizarro, Hernando, diciendo: «Sois caballero y tenéis un nombre ilustre; no mostréis flaqueza; me maravillo de que un hombre de vuestro ánimo tema tanto a la muerte. Confesaos, porque vuestra muerte no tiene remedio». Finalmente, fue ejecutado el 8 de julio de 1538 en la cárcel por estrangulamiento de torniquete y su cadáver decapitado en la Plaza Mayor de Cuzco.
El domingo 26 de junio de 1541 a la hora de la misa, un bullicioso grupo de 21 complotados, cruzó en forma tumultuosa la plaza de Armas y lanzando gritos contra el conquistador (¡Viva el rey! ¡Muera el tirano!), asaltaron el palacio de Pizarro ante la mirada de muchos que se encontraban en la puerta de la catedral y en la plaza, sin que nadie osara obstruirles el paso. En el palacio había en esos momentos, también 21 personas amigas de Pizarro, fuera de pajes y criados. La mayoría de los asistentes huyó cobardemente y sólo un pequeño grupo, incluido los pajes, se enfrentó a los asaltantes.
El conquistador del Perú, pese a su edad, vendió cara su vida y se defendió valientemente espada en mano. En el duelo que se trabó, Pizarro mató a un atacante, pero recibió una estocada mortal en el cuello. Además de Pizarro; murió en la lucha Martín de Alcántara su hermano materno, así como los pajes Cardona y Vargas. Quedaron heridos otros pajes, el maestresala Lozano y el capitán Francisco Chávez que olvidando su valeroso proceder de años anteriores, trató en esos momentos de entrar en tratos con los conjurados. También quedó herido un servidor llamado Juan Ortiz. De los conjurados murió Diego Narváez, de una estocada que le dio Pizarro y resultó herido Martín de Bilbao por un corte que le infirió el servidor Juan Ortiz de Zárate.
Los agresores obligaron a las autoridades de Lima a nombrar gobernador al joven Diego Almagro y forzaron que Francisco Pizarro fuera enterrado de forma casi clandestina en un patio de la catedral de la ciudad, pero quedaron lejos de tomar ventaja en esta guerra civil entre conquistadores. El conflicto se prolongó durante años obligando incluso a la Monarquía hispánica a tomar partido. En este contexto, el hermano menor de Pizarro, Gonzalo, encabezó la Gran Rebelión de Encomenderos en 1544 contra la Corona española en protesta por la dación de las Leyes Nuevas. Él y muchos de los conquistadores rebeldes fueron ajusticiados por esta causa.
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