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martes, 29 de septiembre de 2015

Asedio y Toma de Amberes

Resuelto a continuar con la guerra, y contando con los tercios viejos venidos de España, se decidió Alejandro Farnesio a poner cerco formal a Amberes aunque sin abandonar el hostigamiento a las otras ciudades principales de Brabante: Gante, Terramunda, Malinas, Brujas, Ypres y Villebrove, ciudades que comunicaban por río con Amberes. Ypres y Brujas se entregaron las primeras, tras una corta resistencia.

Fue el de Amberes quizás el cerco más famoso de todo el amplio período de las guerras de Flandes por su extrema dificultad, pies <<nunca con más pesadas moles fueron enfrenados los ríos, ni los ingenos se armaron con más osadas invenciones, ni se peleó con gente de guerra que en más repetidos asaltos hiciese más provisión de destreza y coraje. Aquí se echaron fortalezas sobre los arrrebatados ríos, se abrieron minas entre las ondas, los ríos se llevaron sobre las trincheras, luego las trincheras se plantaron sobre los ríos, y como si no bastara sólo el trabajo de atacar Amberes, se extendieron los trabajos del general también a otras partes, y cinco fortísimas y potentísimas ciudades se cercaron a un mismo tiempo, y dentro del círculo de un año al mismo tiempo se tomaron>>. Mientras Alejandro, al mando de 10.000 infantes y 1.700 de a caballo comenzaba el cerco de Amberes, otra parte del ejército continuaba con el coronel Verdugo la guerra en Frisia; otros luchaban en Colonia bajo el mando del conde de Arembergh y de Manrique; otros combatían en Zutphen y, por último, se protegían las provincias del Henao y Artois de los ataques de los franceses. Para el plato fuerte, es decir el asedio de Amberes, Alejandro se había reservado a los tercios españoles.
La ciudad de Amberes se hallaba a orillas del caudaloso Escalda y contaba con una población de más de 100.000 habitantes. Por la parte que daba a Flandes discurría el río sirviendo éste como protección y además como una excelente vía para el socorro que pudieran enviar las provincias marítimas. Por la parte enfrentada a Brabante la ciudad se encontraba rodeada de unosmuros con diez poderosos baluartes y un amplio foso inundado. Estaba también guarnecida por numerosos castillos construidos a orillas del Escalda, en especial los de Lillou y Lieskensek. La misma comunicación por el cauce fluvial existente entre Amberes y Gante -a 30 millas-y protegida a mitad de camino por Terramunda, suponía un escollo para el cerco, además de la cercanía de la ciudad de Malinas -12 millas- y su interconexión con ella a través del río Dili. También desde Bruselas se podía socorrer a la ciudad, pues por medio de un cacuce artificial se navegaba desde Bruselas hasta desembocar en el Escalda.


La atrevida idea que permitió la conquista de la ciudad fue la de construir un puente sobre las turbulentas aguas del ancho Escalda. Dadas las dificultades que suponían la toma de los castillos de Lillou y Leskensek, Alejandro pensó que sería más fácil construir el puente en otro paso y levantar sus propias fortificaciones para defenderlo. El gobernador de la ciudad, Phillipo de Marnix, se burló de la intención de los españoles. Para conseguir los materiales necesarios para la magna obra, el duque de Parma asaltó y tomó Terrramunda, rodeada por una abundante arboleda que fue talada a tal efecto. Cuando colocaba las baterías para cañonear los muros de esta ciudad, el maestre de campo Pedro de la Paz -que por cuidar como un padre de los hombres a su cargo era llamado Pedro de Pan- recibió un balazo en la frente. Fue tal la rabia de los españoles que no les sirvió de nada a los de Terramunda romper un dique para inundar las posiciones de los sitiadores. Éstos, cargando en sus hombros los cañones y transportándolos con el agua hasta el pecho, lograron instalarlos y batir los muros. Para calmar suus ánimos de venganza, y dado el pequeño número de hombres que llevaría a cabo asalto inicial, Alejandro tuvo que elegir a tres de cada compañía para que todas pudieran participar en la primera embestida. El primer baluarte se tomó con rapidez, rindiéndose los defensores días más tarde para no irritar los ánimos de los enfurecidos españoles.

Al ver a los españoles empezar a fijar las vigas traídas desde Terramunda en la ribera del río, afirmó Phillipo de Marnix <<que fiaba, decía, sobradamente de sí, embriagado del vino de su fortuna, Alejandro; pues pensaba que echándole un puente enfrenaría la libertad del Escalda. Que no sufriría más el Escalda los grillos de esas máquinas, que los flamencos libres el yugo de los españoles. Que si no sabía, que el río por aquel paraje tenía de ancho dos mil cuatrocientos pies>>. También avisaron a Alejandro sus generales de lo imposible de la empresa, pero no era hombre que tomara las decisiones a la ligera ni mudara su opinión tras decidirse de algo. Se colocaron postes verticales hasta donde era posible por la profundidad del río, y se unieron después con vigas transversales para sujetar los tablones que formaban el piso. A cada extremo del puente se construyeron dos pequeños fortines capaces de acoger a medio centenar de hombres. Se guarneció el puente con vallas de madera tan gruesas que pudieran parar los arcabucazos del enemigo. En la orilla que daba a Brabante se construyeron 900 pies de longitud de puente y sólo 200 en la orilla contraria. Quedaba un espacio, por tanto, entre partes de 1.300 pies.

El cerco a la ciudad de Gante, que prestaba un molesto socorro a los de Amberes, fue finalmente concluido con la rendición de sus defensores. Con los 22 navíos tomados en gante y otros que trajo de Dunkerque, el de Parma se propuso cerrar el gran hueco central del puente sobre el río. Dado que esas aves no podían llegar hasta el puente a medio construir sin exponerse a los disparos de la artillería de Amberes, rompió un dique del Escalda inundando la campiña, por la que navegaron sus barcos. Lo vieron los rebeldes y, en respuesta, levantaron un reducto para impedir la llegada de más navíos desde Gante. A Alejandro Farnesio le quedó como único remedio construir un canal de 14 millas de longitud para comunicar las aguas de la inudación con el riachuelo de Lys, que desemboca en el Escalda a la altura de Gante. El mismo Alejandro Farnesio tomó la pala y azadón dando ejemplo a sus hombres. Acabada la obra en noviembre de 1584, les fue sencillo llevar desde Gante los materiales y barcos precisos para cerrar el puente.

Se colocaron 32 barcos, situados de veinte en veinte pasos, unidos entre sí con cuatro juegos distintos de maromas y cadenas y con vigas de entre nave y nave. Cada nave, a su vez, se parapetó con vallas para defenderse de los tiros de arcabuz, y se comunicaba con las vecinas por vigas coon opunta de hierro mirando hacia el exterior -a modo de picas- para protegerlas del ataque de las naves enemigas.

 


La gigantesca obra quedó terminada a finales de febrero de 1585, siete meses después de comenzada. Mientras nuestras tropas podían pasar con libertad de Flandes a Brabante a través del puente, los de Amberes veían su paso por el Escalda cerrado. La construcción del puente representaba la determinación de los españoles de llevar el asedio hasta sus últimas consecuencias. En este sentido dijo el de Parma a un espía capturado: <<Anda, dice, libre a los que te enviaron a espiar y después de haberles contado por menudo cuanto ha visto por tus ojos, diles que tiene fija y firma resolución Alejandro Farnesio de no levantar el cerco antes que, si debajo de aquel -y le mostró el puente- haga para sí el sepulcro, o por aquel se haga paso para la ciudad>>. En vano intentaron una salida por tierra los de Amberes, pues fueron rechazados. Los intentos de socorro desde el exterior, viendo la inutilidad de emprenderlos por el río, se centraron en la toma de Bois-le-Duc, ciudad que permitía la ayuda por tierra a los sitiados de Amberes. Pese a que los hombres de Holak tomaron ciudad en nombre de los rebeldes por medio de añagazas, cincuenta de nuestros hombres al frente de los habitantes de la villa lograron expulsarlos. En ese tiempo Bruselas se reunía también a las tropas reales, disminuyendo aún más el ánimo de los sitiados. Al mes siguiente se rindió Nimega, capital de la provincia de Güeldres.

Les quedaba a los sitiados el consuelo de una armada en su socorro enviada desde Zelanda al mando de Justino de Nassau, hijo bastardo del de Orange. Esta armada, apoyada por la artillería del fuerte de Lillou, logró tomar el castillo de Lieskensek, en la orilla opuesta. De esta manera quedaban libres los rebeldes para navegar entre el mar y los citados fuertes y, desde esas posiciones, embestir contra el puente del de Parma. También contaban con Federico Giambelli, hombre de gran formación e inteligencia que había resultado desairado en España, y por vengarse militaba ahora en el bando flamenco rebelde.

Dirigió Giambelli la construcción de unos navíos especiales destinados a acabar con el puente: llevaban los gigantescos barcos en su centro una construcción hecha con piedras y ladrillo, y dentro de ella se había echado pólvora, clavos, cuchillos, garfios, pedazos de cadena y hasta ruedas de molino para que actuasen como metralla. Se cerraban las gigantescas minas con vigas engrapadas con hierro y todo ello se recubría con tablones y pez para preservar de la humedad. Las minas se encenderían con unas largas mechas que darían tiempo suficiente a los navíos y hombres que empujaran a las enormes construcciones para alejarse de ellas antes de la explosión.

En la noche del 4 de abril, iluminados con múltiples fuegos para sembrar el pánico, soltaron los rebeldes cuatro barcos-mina en la parte más rápida de la corriente del Escalda. Acompañaban a éstos 13 naves de menores dimensiones. Portaban los barcos gigantescos hogueras que infundían una gran preocupación en los hombres que fueron a proteger el puente. La tripulación abandonó los barcos a dos mil pasos del puente. Al carecer de gobierno, unas naves encallaron en las orillas, otras se fueron a pique por el excesivo peso y algunas se clavaron en las puntas de hierro que protegían a los barcos españoles. De los cuatro barcos-mina uno hizo agua y se hundió, otros dos, debido al fuerte viento, se desviaron y eencallaron en la ribera de Flandes y el último prosiguió y quedó encajado en el puente. Viendo que no ocurría nada al transcurrir el tiempo, subieron a él algunos soldados españoles burlándose de la deforme máquina de guerra.

 

Cuando explotó el terrible ingenio, se llevó consigo a todos y todo lo que se hallaba cerca. Al despejarse la increíble humareda que se formó se pudieron apreciar mejor los estragos: pelotas de hierros lanzadas a nueve mil pies de distancia, lápidas y piedras de molino empotradas cuatro pies en tierras a más de mil pasos y más de 800 hombres destrozados. El mismo Alejandro Farnesio, que no había subido al barco por la insistencia de un alférez español que conocía las artes de Giambelli, salió despedido por la onda expansiva y se quedó tumbado, inconsciente, hasta que logró ser reanimado. Aprovechando la oscuridad de la noche y la humareda, se hizo con rapidez un apaño en el puente de forma que aparentara no haber sido realmente dañado. Engañados por el remedio desistieron los de la armada rebelde del ataque a la construcción e intentaron introducir sus naves por la campiña inundada. En contra de ello se levantó un dique con castillos para su defensa. La protección del dique se encomendó al coronel Mondragón, que logró rechazar el ataque simultáneo de los barcos procedentes de Amberes y los de la armada zelandesa al mando de Justino de Nassau. Prefeccionó el italiano Giambelli sus máquinas de guerra, consiguiendo que no torcieron el rumbo al añadirles una especie de velas bajo el casco. Alejandro Farnesio, por su parte, se hallaba prevenido y había ideado un sistema de enganche para los barcos que conformaban el puente, de forma que se soltaban al acercarse los barcos-mina enemigos, dejándolos pasar. De esta manera, cuando las minas explotaban lo hacían lejos del puente, causando, en teste caso con más razón que en la anterior, más risa que espanto a los soldados españoles.
Ni el cerebro ni el vengativo espíritu de Giambelli descansaban. Ideó un navío de desproporcionada magnitud, mayor que ninguno visto antes, en cuyo centro se alzaba un castillo de planta cuadrada. En dicho castillo flotante iba un impresionante despliegue de cañones y una guarnición de 1.000 mosqueteros. Tal era la confianza que los sitiados habían depositado en el ingenio que lo bautizaron con el nombre de El fin de la guerra. Primero aparentaron dirigir la espantosa máquina contra el puente, desviando así a las tropas reales, y cambiaron después su dirección para hacerla surcar la campiña inundada, El desproporcionado peso del ingenio lo hizo encallar profundamente en la tierra, y algunos españoles le mudaron el nombre entonces por el de Los gastos perdidos, y otros por Carantamaula o espantajo para niños.
Los rebeldes intentaron, pese a todos los reveses sufridos, una última salida. Atacaron con todas sus naves, unas 160, el contradique. Arrollaron algunos puestos y fortines, de forma que en la misma Amberes se celebraba ya la victoria. Acudió de refuerzo un tercio de italianos y españoles, picados ambos por ganar mayor gloria, y consiguieron resistir en el dique el tiempo suficiente para que llegara el de Parma, cuando casi todas las posiciones se hallaban perdidas y algunas barcos rebeldes habían llegado ya a Amberes con la primicia del socorro próximo.
El tumulto creciente entre nuestras tropas avisó a los que combatían en primera línea de la llegada de Alejandro, quien <<sacando a los ojos y al semblante la nube de iras que en su pecho había fraguado, con voz alta, como con un trueno, hiriendo los oídos y las almas de los circunstantes dice: no cuida de su honor ni estima la causa del rey el que no me siga>>. Miles de hombres combatían sobre una estrecha lengua de tierra. Peleaba el de Parma con espada y broquel tanto contra los enemigos en pide sobre el dique como contra los que desde las naves intentaban desembarcar.
Se alargaba la lucha hasta que, en un momento, se arrodillaron españoles e italianos e, implorando a Dios, arremetieron con fiereza contra los sediciosos y les ganaron el fuerte de La Palada. Todavía mantenían los rebeldes sus posiciones atrincheradas, desde donde disparaban causando numerosas bajas, pero enardeciendo aún más a los supervivientes, que siguieron avanzando hasta entrar en los puestos enemigos, matando a sus guarniciones. En vano intentaron los vencidos herejes huir en sus navíos. Estando la marea baja, los barcos encallaban y eran asaltados por los españoles e italianos que, espada en mano y con el agua hasta el pecho, querían terminar lo que habían empezado y producían gran carnicería entre los aterrorizados rebeldes que, horas antes, habían cantado victoria.
Se les tomaron 28 navíos grandes, 65 cañones de bronce y gran cantidad de vituallas de las que el campo español andaba escaso. Murieron en las siete horas que duró cerca de 3.000 rebeldes, siendo 700 los caídos del bando leal a la corona, en su mayoría españoles e italianos. Se apresuraron los hombres de Alejandro no sólo a curar a los numerosos heridos, sino de la reparación del mismo dique <<heridos no menos que ellos; y para repararle, estando abierto y destrozado por trece partes, fuera de otros materiales, de fajina y terraplenos, por la cólera y la prisa de los soldados, le cerraron con los cadáveres de los enemigos amontonados>>.

 


La población de Amberes exigía a sus dirigentes el comienzo de conversaciones de paz. Marnix intentaba tranquilizarles y les pedía que esperaran a la posible ayuda de Inglaterra. En eso, el gobernador distribuyó entre su gente unas cartas falsas en las que, supuestamente, los franceses le comunicaban que enviaban un ejército en su socorro. El descubrimiento de la falsedad de las cartas encrespó todavía más a la población, que comenzaba a pensar que lo mejor sería entregar la ciudad. Ayudó a propagar este sentimiento el hecho de que un joven, que se había arriesgado a salir de la ciudad por coger una burra (con cuya leche los médicos habían dicho que sanaría de su enfermedad una mujer noble de la ciudad), volviera a entrar en Amberes con la burra cargada con todo género de comida que Alejandro, tras apresar al joven y conmovido por su gesto, enviaba para la recuperación de la anciana.
En lugar de la ayuda prometida, los de Amberes recibieron la noticia de la rendición de la ciudad de Malinas. Se plegaron finalmente a tratar de paz, aunque pretendían exigir al de Parma la libertad de conciencia en materia religiosa en la ciudad a cambio de entregarle incluso Holanda y Zelanda. No podía transigir con ello <<En todos los tratados con las ciudades y castillos que vendrán a vuestro poder, sea esto lo primero y lo último: que en estos lugares se reciba la religión católica, sin que se permita a los herejes profesión o ejercicio alguno, sea civil, sea forense; sino es que para la disposición de sus haciendas se les haya de conceder algún tiempo, y ese fijo y limitado. Y porque sobre esto no quede lugar a la interpretación o moderación de alguno, desde luego aviso, que se persuadan los que hubieren de vivir en nuestras provincias de Flandes que les será fuerza escoger uno de dos, o no mudar cosa en la romana y antigua fe, o buscar en otra parte asiento luego que acabare el tiempo señalado>>.
Alejandro cumplió estrictamente las órdenes de su rey en el capítulo religioso, pero se mostró increíblemente generoso con los sitiados en todos los otros aspectos, de manera que se acabaron por firmar las capitulaciones e hizo su entrada triunfal en la ciudad en agosto de 1585, tras recibir del rey Felipe II el Toisón de Oro en premio a su fidelidad y valor. Fue tal la alegría de Felipe II la noche que le comunicaron la noticia de la rendición de Amberes, que el sobrio y parco monarca se levantó de la cama y fue a la habitación de su hija Isabel y, abriendo la puerta, dijo <<nuestra es Amberes>>, volviéndose después a dormir ante la sorpresa de su hija. Entró en la ciudad <<la comitiva de Alejandro, de infantes y caballos, vistosos a la verdad, no tanto por la gala de vestidos y armas como-por ser todos veteranos y escogidos- por el mismo aspecto marcial y militar ferocidad>>. La victoria fue celebrada por los soldados con un gigantesco banquete sobre el puente del Escalda, con mesas que se extendían de orilla a orilla del río. Tras las celebraciones desmantelaron el puente sobre el río y se reconstruyó la ciudadela-fortaleza levantada por el duque de Alba que el de Orange había posteriormente derruido.


Fuente: Asedio de Amberes

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