Fue
el de Amberes quizás el cerco más famoso de todo el amplio período de las
guerras de Flandes por su extrema dificultad, pies <<nunca con más
pesadas moles fueron enfrenados los ríos, ni los ingenos se armaron con más
osadas invenciones, ni se peleó con gente de guerra que en más repetidos
asaltos hiciese más provisión de destreza y coraje. Aquí se echaron fortalezas
sobre los arrrebatados ríos, se abrieron minas entre las ondas, los ríos se
llevaron sobre las trincheras, luego las trincheras se plantaron sobre los
ríos, y como si no bastara sólo el trabajo de atacar Amberes, se extendieron
los trabajos del general también a otras partes, y cinco fortísimas y
potentísimas ciudades se cercaron a un mismo tiempo, y dentro del círculo de un
año al mismo tiempo se tomaron>>. Mientras Alejandro, al mando de 10.000
infantes y 1.700 de a caballo comenzaba el cerco de Amberes, otra parte del
ejército continuaba con el coronel Verdugo la guerra en Frisia; otros luchaban
en Colonia bajo el mando del conde de Arembergh y de Manrique; otros combatían
en Zutphen y, por último, se protegían las provincias del Henao y Artois de los
ataques de los franceses. Para el plato fuerte, es decir el asedio de Amberes,
Alejandro se había reservado a los tercios españoles.
La
ciudad de Amberes se hallaba a orillas del caudaloso Escalda y contaba con una
población de más de 100.000 habitantes. Por la parte que daba a Flandes
discurría el río sirviendo éste como protección y además como una excelente vía
para el socorro que pudieran enviar las provincias marítimas. Por la parte
enfrentada a Brabante la ciudad se encontraba rodeada de unosmuros con diez
poderosos baluartes y un amplio foso inundado. Estaba también guarnecida por
numerosos castillos construidos a orillas del Escalda, en especial los de
Lillou y Lieskensek. La misma comunicación por el cauce fluvial existente entre
Amberes y Gante -a 30 millas-y protegida a mitad de camino por Terramunda,
suponía un escollo para el cerco, además de la cercanía de la ciudad de Malinas
-12 millas- y su interconexión con ella a través del río Dili. También desde
Bruselas se podía socorrer a la ciudad, pues por medio de un cacuce artificial
se navegaba desde Bruselas hasta desembocar en el Escalda.
La
atrevida idea que permitió la conquista de la ciudad fue la de construir un
puente sobre las turbulentas aguas del ancho Escalda. Dadas las dificultades
que suponían la toma de los castillos de Lillou y Leskensek, Alejandro pensó
que sería más fácil construir el puente en otro paso y levantar sus propias
fortificaciones para defenderlo. El gobernador de la ciudad, Phillipo de
Marnix, se burló de la intención de los españoles. Para conseguir los
materiales necesarios para la magna obra, el duque de Parma asaltó y tomó
Terrramunda, rodeada por una abundante arboleda que fue talada a tal efecto.
Cuando colocaba las baterías para cañonear los muros de esta ciudad, el maestre
de campo Pedro de la Paz -que por cuidar como un padre de los hombres a su
cargo era llamado Pedro de Pan- recibió un balazo en la frente. Fue tal la
rabia de los españoles que no les sirvió de nada a los de Terramunda romper un
dique para inundar las posiciones de los sitiadores. Éstos, cargando en sus
hombros los cañones y transportándolos con el agua hasta el pecho, lograron
instalarlos y batir los muros. Para calmar suus ánimos de venganza, y dado el
pequeño número de hombres que llevaría a cabo asalto inicial, Alejandro tuvo
que elegir a tres de cada compañía para que todas pudieran participar en la
primera embestida. El primer baluarte se tomó con rapidez, rindiéndose los
defensores días más tarde para no irritar los ánimos de los enfurecidos
españoles.
Al
ver a los españoles empezar a fijar las vigas traídas desde Terramunda en la
ribera del río, afirmó Phillipo de Marnix <<que fiaba, decía,
sobradamente de sí, embriagado del vino de su fortuna, Alejandro; pues pensaba
que echándole un puente enfrenaría la libertad del Escalda. Que no sufriría más
el Escalda los grillos de esas máquinas, que los flamencos libres el yugo de
los españoles. Que si no sabía, que el río por aquel paraje tenía de ancho dos
mil cuatrocientos pies>>. También avisaron a Alejandro sus generales de
lo imposible de la empresa, pero no era hombre que tomara las decisiones a la
ligera ni mudara su opinión tras decidirse de algo. Se colocaron postes
verticales hasta donde era posible por la profundidad del río, y se unieron
después con vigas transversales para sujetar los tablones que formaban el piso.
A cada extremo del puente se construyeron dos pequeños fortines capaces de
acoger a medio centenar de hombres. Se guarneció el puente con vallas de madera
tan gruesas que pudieran parar los arcabucazos del enemigo. En la orilla que
daba a Brabante se construyeron 900 pies de longitud de puente y sólo 200 en la
orilla contraria. Quedaba un espacio, por tanto, entre partes de 1.300 pies.
El
cerco a la ciudad de Gante, que prestaba un molesto socorro a los de Amberes,
fue finalmente concluido con la rendición de sus defensores. Con los 22 navíos
tomados en gante y otros que trajo de Dunkerque, el de Parma se propuso cerrar
el gran hueco central del puente sobre el río. Dado que esas aves no podían
llegar hasta el puente a medio construir sin exponerse a los disparos de la
artillería de Amberes, rompió un dique del Escalda inundando la campiña, por la
que navegaron sus barcos. Lo vieron los rebeldes y, en respuesta, levantaron un
reducto para impedir la llegada de más navíos desde Gante. A Alejandro Farnesio
le quedó como único remedio construir un canal de 14 millas de longitud para
comunicar las aguas de la inudación con el riachuelo de Lys, que desemboca en
el Escalda a la altura de Gante. El mismo Alejandro Farnesio tomó la pala y
azadón dando ejemplo a sus hombres. Acabada la obra en noviembre de 1584, les
fue sencillo llevar desde Gante los materiales y barcos precisos para cerrar el
puente.
Se
colocaron 32 barcos, situados de veinte en veinte pasos, unidos entre sí con
cuatro juegos distintos de maromas y cadenas y con vigas de entre nave y nave.
Cada nave, a su vez, se parapetó con vallas para defenderse de los tiros de
arcabuz, y se comunicaba con las vecinas por vigas coon opunta de hierro
mirando hacia el exterior -a modo de picas- para protegerlas del ataque de las
naves enemigas.
La
gigantesca obra quedó terminada a finales de febrero de 1585, siete meses
después de comenzada. Mientras nuestras tropas podían pasar con libertad de
Flandes a Brabante a través del puente, los de Amberes veían su paso por el
Escalda cerrado. La construcción del puente representaba la determinación de
los españoles de llevar el asedio hasta sus últimas consecuencias. En este
sentido dijo el de Parma a un espía capturado: <<Anda, dice, libre a los
que te enviaron a espiar y después de haberles contado por menudo cuanto ha visto
por tus ojos, diles que tiene fija y firma resolución Alejandro Farnesio de no
levantar el cerco antes que, si debajo de aquel -y le mostró el puente- haga
para sí el sepulcro, o por aquel se haga paso para la ciudad>>. En vano
intentaron una salida por tierra los de Amberes, pues fueron rechazados. Los
intentos de socorro desde el exterior, viendo la inutilidad de emprenderlos por
el río, se centraron en la toma de Bois-le-Duc, ciudad que permitía la ayuda
por tierra a los sitiados de Amberes. Pese a que los hombres de Holak tomaron
ciudad en nombre de los rebeldes por medio de añagazas, cincuenta de nuestros
hombres al frente de los habitantes de la villa lograron expulsarlos. En ese
tiempo Bruselas se reunía también a las tropas reales, disminuyendo aún más el
ánimo de los sitiados. Al mes siguiente se rindió Nimega, capital de la
provincia de Güeldres.
Les
quedaba a los sitiados el consuelo de una armada en su socorro enviada desde
Zelanda al mando de Justino de Nassau, hijo bastardo del de Orange. Esta
armada, apoyada por la artillería del fuerte de Lillou, logró tomar el castillo
de Lieskensek, en la orilla opuesta. De esta manera quedaban libres los
rebeldes para navegar entre el mar y los citados fuertes y, desde esas
posiciones, embestir contra el puente del de Parma. También contaban con Federico
Giambelli, hombre de gran formación e inteligencia que había resultado
desairado en España, y por vengarse militaba ahora en el bando flamenco
rebelde.
Dirigió
Giambelli la construcción de unos navíos especiales destinados a acabar con el
puente: llevaban los gigantescos barcos en su centro una construcción hecha con
piedras y ladrillo, y dentro de ella se había echado pólvora, clavos,
cuchillos, garfios, pedazos de cadena y hasta ruedas de molino para que
actuasen como metralla. Se cerraban las gigantescas minas con vigas engrapadas
con hierro y todo ello se recubría con tablones y pez para preservar de la
humedad. Las minas se encenderían con unas largas mechas que darían tiempo
suficiente a los navíos y hombres que empujaran a las enormes construcciones
para alejarse de ellas antes de la explosión.
En
la noche del 4 de abril, iluminados con múltiples fuegos para sembrar el
pánico, soltaron los rebeldes cuatro barcos-mina en la parte más rápida de la
corriente del Escalda. Acompañaban a éstos 13 naves de menores dimensiones.
Portaban los barcos gigantescos hogueras que infundían una gran preocupación en
los hombres que fueron a proteger el puente. La tripulación abandonó los barcos
a dos mil pasos del puente. Al carecer de gobierno, unas naves encallaron en
las orillas, otras se fueron a pique por el excesivo peso y algunas se clavaron
en las puntas de hierro que protegían a los barcos españoles. De los cuatro
barcos-mina uno hizo agua y se hundió, otros dos, debido al fuerte viento, se
desviaron y eencallaron en la ribera de Flandes y el último prosiguió y quedó
encajado en el puente. Viendo que no ocurría nada al transcurrir el tiempo,
subieron a él algunos soldados españoles burlándose de la deforme máquina de
guerra.
Cuando
explotó el terrible ingenio, se llevó consigo a todos y todo lo que se hallaba
cerca. Al despejarse la increíble humareda que se formó se pudieron apreciar
mejor los estragos: pelotas de hierros lanzadas a nueve mil pies de distancia,
lápidas y piedras de molino empotradas cuatro pies en tierras a más de mil
pasos y más de 800 hombres destrozados. El mismo Alejandro Farnesio, que no
había subido al barco por la insistencia de un alférez español que conocía las
artes de Giambelli, salió despedido por la onda expansiva y se quedó tumbado,
inconsciente, hasta que logró ser reanimado. Aprovechando la oscuridad de la
noche y la humareda, se hizo con rapidez un apaño en el puente de forma que
aparentara no haber sido realmente dañado. Engañados por el remedio desistieron
los de la armada rebelde del ataque a la construcción e intentaron introducir
sus naves por la campiña inundada. En contra de ello se levantó un dique con
castillos para su defensa. La protección del dique se encomendó al coronel
Mondragón, que logró rechazar el ataque simultáneo de los barcos procedentes de
Amberes y los de la armada zelandesa al mando de Justino de Nassau. Prefeccionó
el italiano Giambelli sus máquinas de guerra, consiguiendo que no torcieron el
rumbo al añadirles una especie de velas bajo el casco. Alejandro Farnesio, por
su parte, se hallaba prevenido y había ideado un sistema de enganche para los
barcos que conformaban el puente, de forma que se soltaban al acercarse los
barcos-mina enemigos, dejándolos pasar. De esta manera, cuando las minas
explotaban lo hacían lejos del puente, causando, en teste caso con más razón
que en la anterior, más risa que espanto a los soldados españoles.
Ni
el cerebro ni el vengativo espíritu de Giambelli descansaban. Ideó un navío de
desproporcionada magnitud, mayor que ninguno visto antes, en cuyo centro se
alzaba un castillo de planta cuadrada. En dicho castillo flotante iba un
impresionante despliegue de cañones y una guarnición de 1.000 mosqueteros. Tal
era la confianza que los sitiados habían depositado en el ingenio que lo
bautizaron con el nombre de El fin de la guerra. Primero aparentaron dirigir la
espantosa máquina contra el puente, desviando así a las tropas reales, y
cambiaron después su dirección para hacerla surcar la campiña inundada, El
desproporcionado peso del ingenio lo hizo encallar profundamente en la tierra,
y algunos españoles le mudaron el nombre entonces por el de Los gastos
perdidos, y otros por Carantamaula o espantajo para niños.
Los
rebeldes intentaron, pese a todos los reveses sufridos, una última salida.
Atacaron con todas sus naves, unas 160, el contradique. Arrollaron algunos
puestos y fortines, de forma que en la misma Amberes se celebraba ya la
victoria. Acudió de refuerzo un tercio de italianos y españoles, picados ambos
por ganar mayor gloria, y consiguieron resistir en el dique el tiempo
suficiente para que llegara el de Parma, cuando casi todas las posiciones se
hallaban perdidas y algunas barcos rebeldes habían llegado ya a Amberes con la
primicia del socorro próximo.
El
tumulto creciente entre nuestras tropas avisó a los que combatían en primera
línea de la llegada de Alejandro, quien <<sacando a los ojos y al
semblante la nube de iras que en su pecho había fraguado, con voz alta, como
con un trueno, hiriendo los oídos y las almas de los circunstantes dice: no
cuida de su honor ni estima la causa del rey el que no me siga>>. Miles
de hombres combatían sobre una estrecha lengua de tierra. Peleaba el de Parma
con espada y broquel tanto contra los enemigos en pide sobre el dique como
contra los que desde las naves intentaban desembarcar.
Se
alargaba la lucha hasta que, en un momento, se arrodillaron españoles e
italianos e, implorando a Dios, arremetieron con fiereza contra los sediciosos
y les ganaron el fuerte de La Palada. Todavía mantenían los rebeldes sus
posiciones atrincheradas, desde donde disparaban causando numerosas bajas, pero
enardeciendo aún más a los supervivientes, que siguieron avanzando hasta entrar
en los puestos enemigos, matando a sus guarniciones. En vano intentaron los
vencidos herejes huir en sus navíos. Estando la marea baja, los barcos
encallaban y eran asaltados por los españoles e italianos que, espada en mano y
con el agua hasta el pecho, querían terminar lo que habían empezado y producían
gran carnicería entre los aterrorizados rebeldes que, horas antes, habían
cantado victoria.
Se
les tomaron 28 navíos grandes, 65 cañones de bronce y gran cantidad de
vituallas de las que el campo español andaba escaso. Murieron en las siete
horas que duró cerca de 3.000 rebeldes, siendo 700 los caídos del bando leal a
la corona, en su mayoría españoles e italianos. Se apresuraron los hombres de
Alejandro no sólo a curar a los numerosos heridos, sino de la reparación del
mismo dique <<heridos no menos que ellos; y para repararle, estando
abierto y destrozado por trece partes, fuera de otros materiales, de fajina y
terraplenos, por la cólera y la prisa de los soldados, le cerraron con los
cadáveres de los enemigos amontonados>>.
La
población de Amberes exigía a sus dirigentes el comienzo de conversaciones de
paz. Marnix intentaba tranquilizarles y les pedía que esperaran a la posible
ayuda de Inglaterra. En eso, el gobernador distribuyó entre su gente unas
cartas falsas en las que, supuestamente, los franceses le comunicaban que
enviaban un ejército en su socorro. El descubrimiento de la falsedad de las
cartas encrespó todavía más a la población, que comenzaba a pensar que lo mejor
sería entregar la ciudad. Ayudó a propagar este sentimiento el hecho de que un
joven, que se había arriesgado a salir de la ciudad por coger una burra (con
cuya leche los médicos habían dicho que sanaría de su enfermedad una mujer
noble de la ciudad), volviera a entrar en Amberes con la burra cargada con todo
género de comida que Alejandro, tras apresar al joven y conmovido por su gesto,
enviaba para la recuperación de la anciana.
En
lugar de la ayuda prometida, los de Amberes recibieron la noticia de la
rendición de la ciudad de Malinas. Se plegaron finalmente a tratar de paz,
aunque pretendían exigir al de Parma la libertad de conciencia en materia
religiosa en la ciudad a cambio de entregarle incluso Holanda y Zelanda. No
podía transigir con ello <<En todos los tratados con las ciudades y
castillos que vendrán a vuestro poder, sea esto lo primero y lo último: que en
estos lugares se reciba la religión católica, sin que se permita a los herejes
profesión o ejercicio alguno, sea civil, sea forense; sino es que para la
disposición de sus haciendas se les haya de conceder algún tiempo, y ese fijo y
limitado. Y porque sobre esto no quede lugar a la interpretación o moderación
de alguno, desde luego aviso, que se persuadan los que hubieren de vivir en
nuestras provincias de Flandes que les será fuerza escoger uno de dos, o no
mudar cosa en la romana y antigua fe, o buscar en otra parte asiento luego que
acabare el tiempo señalado>>.
Alejandro
cumplió estrictamente las órdenes de su rey en el capítulo religioso, pero se
mostró increíblemente generoso con los sitiados en todos los otros aspectos, de
manera que se acabaron por firmar las capitulaciones e hizo su entrada triunfal
en la ciudad en agosto de 1585, tras recibir del rey Felipe II el Toisón de Oro
en premio a su fidelidad y valor. Fue tal la alegría de Felipe II la noche que
le comunicaron la noticia de la rendición de Amberes, que el sobrio y parco
monarca se levantó de la cama y fue a la habitación de su hija Isabel y,
abriendo la puerta, dijo <<nuestra es Amberes>>, volviéndose
después a dormir ante la sorpresa de su hija. Entró en la ciudad <<la
comitiva de Alejandro, de infantes y caballos, vistosos a la verdad, no tanto
por la gala de vestidos y armas como-por ser todos veteranos y escogidos- por
el mismo aspecto marcial y militar ferocidad>>. La victoria fue celebrada
por los soldados con un gigantesco banquete sobre el puente del Escalda, con
mesas que se extendían de orilla a orilla del río. Tras las celebraciones
desmantelaron el puente sobre el río y se reconstruyó la ciudadela-fortaleza
levantada por el duque de Alba que el de Orange había posteriormente derruido.
Fuente: Asedio de Amberes
Fuente: Asedio de Amberes
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