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lunes, 22 de junio de 2015

Armamento de los Tercios en Flandes

 

Disparo
 
-Arcabuz. Pronto desplazada la ballesta, los arcabuces fueron aumentando su número: de ser una tercera parte de los efectivos a principios de siglo XVI hasta suponer el 80% a finales de siglo. El arcabuz era un arma de fuego de un tamaño de 90 a 130 cm (un peso de 7 kg), que disparaba proyectiles de 19 a 30 mm de diámetro.  A través de un sencillo mecanismo de disparo, los proyectiles salían a una velocidad de 200 metros por segundo, aunque, al tratarse de un arma muy imprecisa, su alcance efectivo no sobrepasaba los 30 metros en el mejor de los casos.
Los arcabuceros españoles eran muy valorados por su disciplina –así como los tudescos lo eran por su fría puntería– y su  flexibilidad táctica. Incontables son las ocasiones en la que una descarga de proyectiles, procedente de una improvisada formación, determinó una batalla en curso.
Las 12 cargas que los arcabuceros portaban sobre el hombro, y que luego emplean para realizar las recargas, recibían el nombre de los 12 Apóstoles.
 
-Mosquete. El Duque de Alba, atento a cada innovación militar, fue el primero en introducir mosquetes en los Tercios de Flandes  ante los problemas que arrastraban los arcabuces.   El mosquete permitía mucha mayor distancia de tiro, unos 200 metros, y era efectivo a 50 metros;  también  tenía sus contras: su peso era de 10 kg y su longitud de 125 a 150 cm, lo cual obligaba al soldado a prescindir del morrión –por eso se hizo tan popular el gorro de “mosquetero”– y a emplear una horquilla para disparar el arma. Su elevado coste hizo imposible la ambición de sustituir todos los arcabuces, pero su número no dejo de aumentar durante todo el periodo.
 
 
Armas de asta
 
-La pica. Si hay un arma que representa el espíritu de los Tercios esa es la pica. A mediados de siglo XV las infanterías europeas, influenciadas por el renovado interés por el mundo clásico,  recuperaron las lanzas para el combate. La pica moderna, tumba de la caballería medieval, tenía una envergadura de 5,5 metros  y estaba inspirada en las lanzas empleadas por las falanges macedonias, cuya longitud era mucho mayor, de 22 pies.  Las picas españolas se fabricaban, preferentemente, con fresno vizcaíno –de gran flexibilidad– y tenían un peso de unos 5 kg.
 
¿Por qué la infantería española saco tanto rendimiento a la pica? Los mercenarios suizos fueron los primeros en recuperar la pica en escuadrones compactos, sin embargo los tercios no eran una unidad de combate sino de encuadramiento, con capacidad para fragmentarse en un sinfín de variedades.  Con poca tradición de caballería pesada, la pica encajó al dedillo en  la Península Ibérica donde la infantería gozaba de una larga tradición.
 
Todo nuevo soldado de los tercios, los bisoños, entraban como pica seca, lo cual implicaba portar pica sin ningún tipo de protección.  Con el paso de las campañas,  el bisoño se iba haciendo con más equipamiento e incluso podía aspirar a portar arcabuz si quedaban plazas vacantes.

      Hasta su progresiva desaparición –sustituidas por bayonetas–, las picas obligaron a replantear las prestaciones de la caballería pesada, que había quedado solapada bajo un bosque de picas.
La caballería francesa dio fe de ello en varias ocasiones.
 
-La semipica. Idéntica a su hermana mayor, pero de menor longitud, su uso quedaba reducido a las primeras filas y a los tercios embarcados, los cuales tenían que combatir en espacios muy estrechos.
-Otras armas de astas. Una gran variedad de armas de asta, con diferentes nombres según la “cabeza” portada, quedaban reservadas para el uso y distinción de los oficiales y suboficiales. El capitán portaba una jineta terminada en una hoja corta ovalada, adornada con una borla con flecos y lazos, que recibía el nombre de espontón. Los sargentos portaban alabardas –siempre con un lado de hacha de filo curvado– para distinguir su estatus. Por su parte, los cabos podían llevar partesana –alabarda modesta sin adornos–-.   
La alabarda también era usada por la guardia del maestre de campo y del propio general. De hecho, durante siglos fue el arma preferente de las guardias reales de toda Europa.
 
Armas de combate cuerpo a cuerpo 
  
-Espada ropera. Cuando el fuego y las picas se hacían a un lado, prendía el baile de aceros. Llegado el choque de escuadras, los castellanos hábiles espadachines, muchos ungidos en las calles de Madrid, podían marcar la diferencia entre la victoria y la derrota.  Para su uso se requería de una alta dosis de vista, agilidad y destreza. 
 
A diferencia de las espadas medievales, diseñadas para cercenar miembros, las del periodo renacentista eran ligeras y se empleaban para batirse en duelo. La lucha se efectuaba de perfil para reducir el blanco y exigía mucha movilidad. Por ese mismo motivo, en vez de contar solo con gavilanes –la forma de cruz de las espadas medievales–, tenían un tazón o cazoleta que reducía el peso. Precisamente  estos tazones, objeto de ornamentos  y  figuras talladas convertían en  obras de arte a muchas de estas espadas.
 
En el caso de los gavilanes usados a partir del siglo XV se aprecia una reducción de peso y tamaño.
 
Las espadas toledanas tenían fama mundial; asimismo, se hacían excelentes aceros en Zaragoza, Calatayud, Cataluña, Bilbao, Segovia y Valencia.
 
 
 
En sus orígenes, los tercios llevaban un 20% de soldados armados  con rodela y espada; la tendencia fue a suprimir la rodela y a equipar a todos los soldados –arcabuceros, mosqueteros y  piqueros– con espadas roperas.  
 
-Vizcaína. “Se baten espada en mano, no retroceden jamás: paran el golpe con el puñal y cuando hacen con él el gesto de tirar al cuerpo debéis desconfiar de la cuchillada: y cuando os amenazan con la cuchillada debéis creer que quieren alcanzaros el cuerpo”. Los soldados españoles acostumbraban a portar espada ropera en una mano y una daga mediana en la otra. En concreto, la daga usada por los españoles era de hoja triangular y con la empuñadura protegida por un triángulo de metal abombado en forma de vela.
 
Armaduras y armas defensivas   
 
-Armadura básica. En general, los soldados de los tercios iban poco acorazados,  y la tendencia fue precisamente a reducir aún más la armadura, pues esta solo restaba movilidad y no protegía de los proyectiles de pólvora –si lo hacían la armaduras de placas, pero su precio era excesivo–.  A principios de siglo XVI, un soldado medio iba equipado con un morrión (el famoso casco de los conquistadores) y una coraza ligera a la altura del pecho.  Con los años se prescindiría de la coraza y el morrión, a excepción de los piqueros de las primeras filas.
 
Caso aparte era el del alférez, el que sujetaba la bandera, que requería ir bien protegido. La armadura del alférez incluía: un yelmo reforzado, con babero para la protección del cuello;  un coselete para el tronco, coraza protectora en el pecho, guardabrazos, codal y sobrecodal. El único punto  vulnerable se encontraba en las extremidades inferiores, solo protegidas por la falda metálica que iba unida al coselete.
 
-Morrión. Mención propia requiere el casco de conquistador. El morrión era un casco en forma de media almendra para hacer resbalar los golpes, que solía incluir unas alas casi horizontales para proteger el cuello de los golpes verticales. La variedad de formas es muy amplia, pero se distingue en todas la cresta metálica casi cortante.
 
-Rodela. En las campañas del Gran Capitán, la incidencia de las rodelas fue crucial. Los hábiles espadachines castellanos, con espada y escudo,  se colaban entre las filas francesas para causar estragos. Su importancia fue disminuyendo ante la necesidad de emplear ambas manos en el uso de las picas.
 
La rodela era un escudo rectangular de pequeño tamaño –unos 50 cm de diámetro– que, luego desplazada de los campos de batalla, se siguió usando para los asaltos y las pequeñas escaramuzas hasta finales del siglo XVI. Así como los mercenarios alemanes “doppelsöldner” (doblesueldos) estaban especializados en cercenar, con enormes espadones, las largas picas; los rodeleros españoles realizaban una tarea similar, se infiltraban entre las picas para estorbar y medrar.      
 
 

Fuentes:

Batalla de San Quintin (GUERREROS Y BATALLAS Nº 15)
 
Tercios de España: la infantería legendaria, Fernando Martínez Laínez

http://www.unapicaenflandes.es/

 

 
 

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